Afectos de tontos

Mi abuelo resumía cualquier calamidad o desgracia, más o menos duradera, en una sola frase: "Habrá otro peor". De esta forma, el asfixiante sentimiento de dolor que causa la impotencia perdía fuerza frente a un pequeño rayo de luz que se colaba por la rendija de aquella frase, que más que una frase era una actitud.

No hablo del regocijo en la desgracia ajena, ni mucho menos, sino en la reducción de la soledad que causa un contratiempo o una mala situación en aquellos a los que afecta. Ese "otro peor" se convierte en un compañero genérico e incluso imaginario que, con su propia pena, nos acompaña e impulsa a seguir adelante un poquito más, incluso cuando faltan las fuerzas para volver a buscar una recuperación.

Ésta ha sido y es una época difícil. En lo personal, en lo familiar, en la salud y en lo académico. Abriendo un poco las miras, es obvio que tampoco ha sido ni es una buena época para el país ni para la inmensa mayoría de la sociedad.

Volviendo a lo más intimista, mi vida ha cobrado un curioso tono cobrizo, muy diferente al gris que la ha caracterizado durante años, o a los colores chillones que brillaron el último verano. No soy feliz, y probablemente tú tampoco termines de serlo. Hay muchas cosas que echo de menos y muchas otras que siempre he echado en falta. Otras tantas me sobran, pero se resisten a abandonar. Definitivamente, todo podría ser mejor. ¿Pero sabes qué? Que siempre "habrá otro peor".

Y va más allá del regocijo, del mal de muchos consuelo de tontos. Porque el otro es compañero y no rival por la felicidad, y porque no es consuelo, sino compañía en la soledad.

No es consuelo de tontos; es afecto de tontos. Son afectos de tontos.